En la década de los 80, el FSLN, estableció un aparato de propaganda que controlaba la narrativa sobre el sandinismo, sus héroes y las «bondades de la revolución», un trabajo de propaganda que lograba mantener la «apariencia de adhesión popular multitudinaria» sobre todo fuera de Nicaragua.
Un calado que lograron instaurar a través de la música, la literatura, la idealización utópica de la revolución, el arte, el control de escuelas y universidades, así como el discurso sobre igualdad y soberanía, un trabajo propagandístico que le permitió a Daniel Ortega ser aceptado como líder inclaudicable del FSLN, dentro de la militancia sandinista.
El discurso sandinista que se beneficiaba del poco adelanto tecnológico y de la guerra para controlar el discurso del vencedor, hoy se diluye por el desarrollo tecnológico y la inexistencia de un conflicto armado.
Con 18 años ininterrumpidos en el poder, más tiempo que los 11 que gobernó durante su primera etapa entre 1979 y 1990, Daniel Ortega y el sandinismo ha superado su propio récord de permanencia, pero ya no queda rastro del discurso que lo llevó al poder, lo que un día prometió «justicia y libertad», hoy se aniquila frente a la represión, la vigilancia y su propia propaganda.
Quienes participaron en la lucha revolucionaria para sacar del poder al dictador Anastasio Somoza, hoy sienten que la revolución “fue traicionada” por quienes todavía permanecen en el poder un convencimiento que ha socavado al partido explica el opositor y disidente sandinista Héctor Mairena.
El discurso de Ortega también ha perdido legitimidad, la prensa crítica, defensores de DDHH, activistas políticos, feministas, lideres religiosos y comunidad internacional han sido elementos claves para obstaculizar la imposición de la «contra verdad» de la dictadura.
Mairena ve en las celebraciones del emblemático «19 de julio» sandinista como el mejor ejemplo de la raquítica aceptación del discurso orteguista «es la prueba más clara del colapso simbólico del régimen» afirma Mairena.
El histórico 19 de julio se ha ido vaciando de significado y de gente. En 2024 y 2025 ni siquiera hubo repliegue táctico hacia Masaya, una de las actividades simbólicas más emblemáticas del oficialismo. La Plaza de la Revolución, antes abarrotada, hoy solo se llena con empleados públicos obligados, mientras crece la incertidumbre sobre si Ortega aparecerá o no ante el micrófono.
“El 19 de julio de 1979 fue un parteaguas en la historia nacional. La unidad del pueblo nicaragüense logró derrotar a la dictadura somocista y abrió la oportunidad de construir una Nicaragua democrática”, señaló Mairena.
“Esa fiesta nacional gradualmente fue siendo apropiada por un partido político. Y esa apropiación fue ahuyentando a los nicaragüenses a participar. Ahora es una fiesta casi familiar, una celebración cerrada. que en mi opinión refleja el escuálido apoyo que tiene la dictadura de los Ortega Murillo”, considera.
Para suplir esa falta de respaldo, el régimen optó por obligar a sus bases a participar. «Con el paso del tiempo, esa conmemoración fue transformándose en una fecha secuestrada, carente de espontaneidad».
Mairena advierte: «las consecuencias son previsibles, puesto que, incluso la figura central del régimen se desvanece en medio del desconcierto. La situación de salud de Ortega no es la mejor y en las últimas comparecencias públicas es francamente notorio el deterioro de su salud», comenta como otro factor que juega en su contra y que es el reflejo de que los intentos propagandísticos de Rosario Murillo por recordar las glorias del sandinismo y Daniel Ortega, son infructuosas.