Alrededor de 164.600 nicaragüenses cruzaron la frontera sur de Estados Unidos durante el año fiscal estadounidense 2022. Cifra récord de los últimos años que superó a los 87 mil nicaragüenses que ingresaron por esa misma frontera en 2021. A esta crisis migratoria de los últimos meses, las mujeres migrantes le ponen rostro con sus historias de cómo cruzan el infierno mexicano para vencer la ultima frontera hacía Estados Unidos.
Por Yatama Jarquín | Galería News| Diciembre 2022
El 16 de enero de 2022, una nicaragüense escapó de morir de hipotermia mientras intentaba cruzar las aguas del río Bravo. Era Jorleni, tenía 23 años de edad y ocho meses de embarazo.
Según reportes de las autoridades migratorias mexicanas a los miembros del Cuerpo de Bomberos de Piedras Negras les tomó una hora convencer a Jorleni para desistir de su travesía y que regresara con ellos a territorio mexicano para recibir asistencia médica.
El 6 de marzo de 2022, cuarenta y ocho días después de lo ocurrido con Jorleni el Instituto Nacional de Migración (INM) informo sobre el fallecimiento de una nicaragüense embarazada en la ciudad mexicana de Monclova, la joven fue identificada como Clorinda Alarcón, tenía apenas 20 años de edad y treinta semanas de embarazo.
Clorinda viajaba hacinada en un contenedor junto a 20 migrantes más, y junto a ellos fue abandonada a 300 kilómetros de la frontera con Estados Unidos, bajo llave en el tráiler que los trasladaba sin agua ni ventilación y con una sensación térmica de 40 grados centígrados.
Sobre este caso la prensa mexicana consulto al presidente Manuel López Obrador, quien se limitó a responder que se trataba de una “situación delicada”. La situación es más que delicada según organizaciones defensoras de personas migrantes, pues en 2022 la cifra de detenciones de migrantes en las fronteras mexicanas se intensificó, al menos 23 000 personas con vida fueron presentadas ante autoridades migratorias la cifra más alta en los últimos veinte años
Una realidad que se contrapone con otra, la de personas que fallecen intentado cruzar la frontera México estadounidense, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) afirma que existe un aumento en las muertes de personas migrantes en desplazamiento, en los primeros seis meses de 2022, documentaron el fallecimiento de 290 migrantes en la región fronteriza entre México y Estados Unidos otras tres mil han sido reportadas como muertas o desaparecidas desde 2014 a la fecha.
En ambas situaciones la migración es una realidad que tiene rostros humanos que esconden una serie de motivos, cada migrante tiene un motivo y las mujeres migrantes entrevistadas por el equipo de Galería News, afirman que un día tomaron la carretera panamericana norte rumbo a Estados Unidos con el único objetivo de trabajar y enviar remesas a Nicaragua otras buscaban proteger su vida de la persecución política, algunas lo han logrado otras no, pero la mayoría de las sobrevivientes de la travesía migratoria señalan que México es un desafío que dejó huellas imborrables en sus vidas, asaltos sexuales, detenciones migratorias, policiales, secuestros, deudas, separación de hijos e hijas, desempleo y una serie de frustraciones que la mayor parte del tiempo tratan de ignorar para “salir adelante”.
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México, la tumba fronteriza que vencí
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“Mi historia es de tres. Viajé con mi esposo y mi hijo de dos años. Somos emprendedores y seguíamos apostando a nuestro país, pero prácticamente es imposible cuando uno es estigmatizado como opositor al gobierno de Daniel Ortega solo porque no estás de acuerdo con él”, explica Carla para iniciar su historia de cómo México pudo convertirse en la tumba de su pequeño hijo.
“Nos pidieron votar toda la documentación que nos identificara como nicaragüenses. Yo escondí el pasaporte del niño y nuestras cédulas”. Reflexiona mientras insiste que por más bonito que se pinten las oportunidades de crecimiento en Estados Unidos, cuando la decisión se toma forzada por una persecución política entonces se vuelve desagradable.
Llegó a las nueve de la noche a la primera parada mexicana junto a un grupo de migrantes, recuerda que durante seis horas esperó encerrada en un automóvil para ser entregados a un nuevo “coyote”, la oscuridad no la dejaba ver nada hasta que los primeros rayos del sol le permitieron identificar que se encontraba en medio de una enorme milpa de maíz.
Al llegar el nuevo “guía” Carla recuerda que “empezó una travesía como de película. Íbamos como ocho personas en un carro para cuatro pasajeros, manejado a exceso de velocidad” entonces sintió miedo, pero se dio cuenta que ya era demasiado tarde para regresar a Nicaragua.
“Nos metieron como a 30 migrantes en un microbusito que por seis horas fue conducido a máxima velocidad hasta que llegamos a Palenque”. Carla recuerda que allí permanecieron en un hotel al menos 12 días a la espera del siguiente movimiento: hacerlos pasar como turistas.
“Nos mandaron solos en uno de esos buses caros haciéndonos pasar por turista y nos dieron una contraseña, en caso de que migración subiera a interrogarnos”. Carla narra que al terminar el recorrido en autobús fueron trasladados en taxis a Cancún para esperar pasajes aéreos hacía Monterrey.
Al salir del aeropuerto de Monterrey, recuerda que fue sorprendida por oficiales de la Guardia Nacional de México, quienes la obligaron a bajar del taxi en el que la trasladaban, eran las seis de la tarde y recuerda que ese día ni ella ni su hijito se habían alimentado, era una tarde lluviosa y mientras realizaban el operativo de revisión Carla sostenía a su hijo en brazos intentando que no se mojara, tenía hambre, miedos y dudas pero recordó las instrucciones de los Coyotes, entonces se echó a correr.
“Se escucha fácil, pero en la práctica no lo es porque nos dan solo teoría y nos envían solos a sitios desconocidos. Solo Dios nos puede guardar” afirma en presente Carla, como si todavía permaneciera en manos de los Coyotes y es que sigue sintiéndose parte de ese grupo de migrantes que habita en sus recuerdos.
Aquella tarde Carla logro escapar de la guardia civil mexicana y regreso con los coyotes para continuar su travesía, nuevamente, ella y su niño fueron trasladados en un taxi a la siguiente “bodega”, es así como los traficantes de personas llaman a sus “casas de seguridad”, lugares descritos como pequeñas habitaciones donde agrupan a decenas de migrantes.
“En una casuchita pasamos seis días. Ahí nadie puede hacer ruido. Estábamos más de 20, todos apretados, sin colchón y sin nada, para mí era terrible en ese momento, pero ahora puedo decir que lo peor fue lo que vivimos en Reynosa”.
Aunque Reynosa era la última parada para cruzar el río Bravo y llegar a Estados Unidos, para Carla casi se convirtió en el cementerio de su hijo. “Nos dejaron 10 días en una casa de tabla en la que daba miedo estar, sin comida, sin agua. Había suciedad por todos lados, ratas muertas y vivas de todos los tamaños. No había ventilación y el calor era infernal. Mi hijo se puso flaquito y se me enfermó, la fiebre me lo estaba matando. La desesperación me llevó a escribirle al coyote de Nicaragua y pedirle ayuda porque estaba viendo morir a mi niño ante mis ojos y sentía que no podía hacer nada para salvarlo, le mandé un mensaje, pero no sirvió de nada, no contestó”.
Esta madre nicaragüense, recuerda que en cada viaje dio un trozo de píldora de Nausil a su pequeño para que durmiera y no llorara en todo el trayecto. “Si los niños lloraban esa gente nos trataba. Yo lloré muchas veces de miedo porque sabía que esa gente era peligrosa”. Carla observó que a otra migrante uno de los guías le ofreció un sedante desconocido para que se lo diera a su bebé y así no llorara, a ella también se lo ofrecieron, “Yo no lo tomé, preferí darle de las pastillas que ya conocía”. A Carla y su familia le tomo 32 días llegar a Estados Unidos y aunque intenta seguir adelante sus recuerdos todavía no la dejan alejarse de las carreteras, recovecos y casuchas que quebraron su mundo en dos.
Otras narrativas: EMPLEO: EL DESAFÍO DE LAS MADRES MIGRANTES NICARAGÜENSES