Entre la fe y el fútbol: la resiliencia misquita en Costa Rica

Publicado el 12 de diciembre de 2025

Foto reportaje: Entre la Fe y el Fútbol, la resiliencia misquita en Costa Rica| Galería News

Este es una foto reportaje de Óscar Navarrete, uno que desde su lente trata de explicar en palabras sencillas como la resiliencia misquita navega entre los obstáculos de la migración y el exilio forzado y sus ganas de vivir en libertad.

Fe y fútbol son las herramientas de resiliencia que un grupo de personas de la comunidad misquita usa para sobrellevar su vida en Costa Rica. Muchas de estas personas dejaron Nicaragua huyendo de la invasión de los colonos que se apropiaron de sus territorios ancestrales, otras huyen de la violencia política o de la pobreza extrema. Como fotógrafo documental sólo quiero una cosa: preservar desde mis fotografías una pequeña parte de esa realidad.

A inicios de los años ochenta llegaron los primeros misquitos a Costa Rica, huyendo del dolor y la muerte que dejaba la guerra civil entre el Ejército Popular Sandinista (EPS) y el Ejército Contra (1979 – 1990) y que impactó negativamente sus territorios.

Dato histórico sobre el impacto de la Operación "Tasba Pri" o "Tierra Libre" en la vida del pueblo misquito.
Dato histórico sobre el impacto de la Operación "Tasba Pri" o "Tierra Libre" en la vida del pueblo

Esa primera ola misquita se estableció en los barrios del sur de San José: Alajuelita, Desamparados y Pavas, este último alberga a una de las comunidades misquitas más grandes.

Desde su llegada a Costa Rica, como territorio de protección, la comunidad misquita ha enfrentado una barrera cultural y lingüística: el español y las nuevas costumbres sociales de una ciudad capital.

Los misquitos debieron acostumbrarse a una gran urbe: aprender a movilizarse en transporte público, asumir trabajos que nunca habían realizado, comunicarse solo en español y ajustarse a las leyes del país vecino.

En Costa Rica se dice que la vida no es fácil para el migrante político y económico de origen mestizo, sin embargo, para los pueblos originarios migrantes es mucho más difícil por el choque cultural que enfrentan: la renta, por ejemplo, consume gran parte de su precario salario, los servicios básicos, el seguro social y la alimentación prioridades ineludibles para sobrevivir, son un látigo que los sume en la pobreza pues estas obligaciones pecuniarias no existen en la selva y en las riberas del río Coco en donde son guardianes y propietarios.

A pesar de ello, y con interés descubro que son una comunidad resiliente, una resiliencia que me atrapa como fotógrafo y que he decidido documentar desde mi ojo sencillo de observador cultural: la comunidad misquita trabaja en oficios diversos, aunque con dificultades salen adelante y mantienen vivas sus costumbres y su fe.

Todos los domingos se congregan en las distintas iglesias moravas que hay cerca de sus comunidades, en Costa Rica, los cultos moravos a los que asisten mantienen la misma tradición que en Nicaragua: la prédica del reverendo y los cantos de alabanzas en lengua misquita.

Estar en uno de esos cultos es sentirse nuevamente en el Caribe nicaragüense, es lo que me hacen sentir mis recuerdos.

Historia de los orígenes y la llegada de la Iglesia Morava al Caribe nicaragüense.

En San José descubro a Ignacio Silva Chavarría, un diácono misquito originario de Karawala (Caribe sur de Nicaragua), donde realizó la labor pastoral por siete años. Tras su ordenación fue enviado a misión evangelizadora a Costa Rica, su primera experiencia fuera del país. Explica que “la iglesia morava en Costa Rica tiene más de 30 años de existir y que muchos diáconos han pasado por su congregación”.

Según Silva Chavarría, los misquitos llevan en la sangre la tradición religiosa ancestral transmitida por sus antepasados y la practican dondequiera que se establezcan. La liturgia y la vida cristiana enseñadas en Nicaragua se mantienen intactas en el exilio. “Hablamos un poco español, pero lo que más practicamos es nuestro idioma”, señala.

Dentro de la iglesia funcionan grupos de adultos mayores que también interactúan con jóvenes (Saams), el de mujeres (Ummon) y el de jóvenes (Ajecim), que conservan las mismas estructuras organizativas de Nicaragua.

En la congregación del diácono Silva Chavarría se reúne una comunidad misquita diversa: migrantes económicos, perseguidos políticos y personas desplazadas sobrevivientes de la terrible invasión colona que llega del Pacifico al Caribe nicaragüense para saquear los recursos naturales de las tierras ancestrales misquitas.

En San José, el templo tiene una fachada estrecha, paredes blancas de concreto y un altar rojo donde cuelga el emblema de la iglesia: un cordero con una bandera y la leyenda “Nuestro Cordero ha vencido, sigámosle”. El culto inicia a las 10:00 a. m., acompañado de música en vivo: un requinto y dos órganos, uno de ellos ejecutado por el reverendo, quien anima a su hermandad morava a cantar.

A pesar de los abanicos del techo, el calor es fuerte y el sudor se mezcla con las voces de alabanzas. Entre cantos y predicación, se escucha el llanto ocasional de un bebé o los juegos de un niño dentro del pequeño templo. En la planta alta se encuentra la vivienda y oficina del reverendo.

Silva lamenta que han tenido que cerrar la escuela dominical pues sus hermanos y hermanas de fe recorren largas distancias para llegar y alimentarse espiritualmente, algunas personas toman hasta dos buses para asistir.

La distancia física con su iglesia es una diferencia importante para la comunidad misquita, pues en Nicaragua, no importa cuán remota sea la comunidad, siempre hay una iglesia morava cerca, a pesar de ello, se reúnen miércoles y viernes de 6:30 a 7:30 p. m. para sus encuentros de oración “porque en Costa Rica, a pesar de los obstáculos y la distancia la fe pesa más” apunta el reverendo.

Mujeres misquitas: la fe resiste en tierra ajena

Las mujeres misquitas que llegan a Costa Rica buscan integrarse a sus congregaciones y preservar su religiosidad, aun en medio de los múltiples obstáculos que enfrentan.

Como toda su comunidad enfrentan la barrera del idioma, además, sufren racismo, violencia verbal y discriminación por el color de su piel. Además, suelen ser excluidas de servicios esenciales como salud y educación.

Un reciente estudio del Centro de Información y Servicios de Asesoría en Salud (CISAS), el Centro de Estudios Transdisciplinarios de Centroamérica (CETCAM) y la organización de mujeres misquitas Insin Mairin Asla Takanka Kupia Kumi Muskitia Nicaragua (IMATKUMN) presentó un mapeo que documenta la situación crítica de las mujeres indígenas nicaragüenses desplazadas en Costa Rica.

Dicho mapeo señala que el flujo migratorio de mujeres misquitas hacía Costa Rica se ha intensificado de manera significativa: el 53.1 % llegó entre 2023 y 2025.

En Costa Rica, enfrentan condiciones extremas, por ejemplo, el 48 % vive en precarios sin servicios básicos, el 38 % no cuenta con ingresos estables y apenas el 2 % tiene empleo formal.

La mayoría de estas mujeres huye de la invasión de colonos que se apropian de sus territorios ancestrales, de la violencia política o de la pobreza extrema. Muchas migran también por motivos económicos pues suelen ser jefas de hogar y migran con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de sus familias.

Pese a estas adversidades, las mujeres misquitas muestran una impresionante fortaleza. Luchan cada día con estoicismo para sacar adelante a sus hijos, preservar sus tradiciones y equilibrar sus responsabilidades laborales, familiares y espirituales. Su fe se mantiene firme en las distintas congregaciones moravas asentadas al sur de San José.

Ver también: Nicaragua: Anexa, Becky, Keyla y Haidey, las líderes indígenas forzadas al exilio

Entre el deporte, la religión y la construcción

Más allá de la fe y el trabajo diario, los misquitos encuentran tiempo para la recreación y el deporte. A dos kilómetros del templo en Pavas, en los campos deportivos del parque La Sabana, se disputa la semifinal de fútbol “Liga de los Pueblos Indígenas de Muskitia nicaragüense”, con la participación de equipos de Pavas, Alajuelita, La Carpio y Desamparados.

Reynaldo Francis, uno de los organizadores de esta liga, me comenta que la liga inició en abril de 2025, con el propósito de promover recreación, unidad y resistencia cultural entre jóvenes misquitos y mayagnas una alternativa que también busca alejarlos de los vicios.

La liga se ha desarrollado en los últimos siete meses con la participación de ocho equipos: Real Indígena, Alto Wangki, Li Aubra, Costa Caribe Norte, Costa Caribe Sur, FC Río Coco, Tawira y Los Costeños; además ha contado con el apoyo de la Fundación Libertad, patrocinadora de los trofeos para campeones, subcampeones y jugadores destacados.

Francis reconoce el esfuerzo de los jóvenes y afirma que, mientras la juventud indígena siga soñando y construyendo su futuro en medio del exilio, seguirá siendo resiliente.

Para Marcela Guevara, representante de la Fundación Libertad, el deporte y la liga misquita es una forma de mantener el espíritu de unidad y esperanza entre la comunidad, un espacio para procurar salud, felicidad y conectar con sus raíces.

Para el padre Rafael Aragón, el deporte ayuda a esta comunidad a sanar el duelo de haber dejado su tierra y un espacio que les hace, de alguna manera, prepararse para la reconstrucción de Nicaragua.

Entre los jugadores que participaron en la liga encuentro a Darwin Javier Abraham Cunningham, de 25 años de edad, originario de la comunidad de Kara (desembocadura del Río Grande, Nicaragua).

En Costa Rica divide su tiempo entre la construcción y el fútbol, donde juega como delantero del equipo Los Costeños, en Nicaragua jugó en segunda división.

Celebración de Darwin Cunningham tras anotar el gol que dio el pase a la final de la “Liga de los Pueblos Indígenas de Muskitia Nicaragüense”|©Óscar Navarrete| Galería News
Darwin Cunningham tras anotar el gol que dio el pase a la final de la “Liga de los Pueblos Indígenas de Muskitia Nicaragüense”|©Óscar Navarrete| Galería News
El trabajo en construcción es pesado, pero Cunningham sabe dividir su tiempo entre el trabajo, el deporte y la religión|© Óscar Navarrete | Galería News
«El trabajo en construcción es pesado», pero Cunningham sabe dividir su tiempo entre el trabajo, el deporte y la religión|© Óscar Navarrete | Galería News

Para Cunningham abandonar su comunidad fue muy difícil. Es un migrante económico a consecuencia del desempleo en Nicaragua y en Costa Rica, encontró trabajo en la construcción, me cuenta que es un “oficio duro” pero que “el deporte le ayuda a sobrellevar el cansancio”.

A pesar de todo el esfuerzo me alegra escuchar que tiene sueños bonitos, Cunningham “sueña con jugar en primera división y un día representar a Nicaragua”.

El último día que nos vimos lo encontré trabajando en la construcción de un tanque de agua potable en las Mercedes Norte, Heredia. Aquí, reemplaza su uniforme de fútbol por unos jeans desteñidos, botas llenas de lodo y una camiseta que utiliza como pañuelo para cubrirse del sol, ese día la lluvia cubría el cielo gris herediano, aun así, Darwin seguió trabajando.

Disfrute fotografiar a Cunningham, pero no voy a negar que me encanto escucharlo hablar, ver cómo se le ilumina el rostro hablando del fútbol y sus sueños; terminamos nuestro encuentro cuando su jefe lo llamó para que volviera al trabajo “Aquí se hace de todo” me dijo mientras se despedía.

Yo me quedó esperando que tenga la oportunidad de convertirse en jugador profesional. Por ahora, su vida continúa entre la fe, el deporte, el trabajo y la esperanza de un futuro mejor, tengo fe en que tendrá una buena vida porque he aprendido que para los resilientes misquitos, la resistencia no es un símbolo: es parte de su ADN.