A don Negrito no se le quitaba la idea, de ninguna manera, que aquella tarde de domingo terminaría en desgracia. No era creyente de presagios ni devoto de los malos augurios, pero la noche del sábado anterior a ese turno tuvo el mal presentimiento cuando recibió por WhatsApp la agenda de una de sus reporteras.
“Jefe, me indican de la Corte (Corte Suprema de Justicia), que están reunidos con la policía para emboscar mañana la marcha. Les están distribuyendo armas ¿indago?”, decía, más o menos, el chat con el cual la reportera le pasaba su agenda del día siguiente.
Eran las 10 de la noche y la sala de redacción estaba vacía. Apenas permanecía una redactora del equipo de la página web, un fotógrafo digitando imágenes y el periodista de cierre viendo una pelea de boxeo sin audio.
Don Negrito, a como le diremos en este relato a este editor de ese diario que ya no existe, porque en Nicaragua los periódicos no existen por la represión de la dictadura de la familia Ortega-Murillo, no le cabía la duda que iba a ser un domingo muy largo y violento.
Aquellas masacres y amenazas de muerte
Tenía sobrada razones para creerlo: desde el 30 de mayo en que la policía y los paramilitares masacraron la marcha de las madres con francotiradores y pistoleros, cada marcha realizada iba dejando un baño de sangre en toda Nicaragua.
Ya para entonces la cruel co-dictadora y su abominable pareja, Daniel Ortega, habían advertido que “no tolerarían” ninguna expresión de protesta y que no les “temblaría la mano” para castigar a los manifestantes “que nos quieren provocar”.
Así que aquella noche de cierre, un sábado 22 de septiembre, anotó en su agenda del día siguiente: “pedir casco y chalecos de protección para los dos equipos de coberturas”.
Un día caliente escenificó la última marcha
El día 23 de septiembre hizo calor desde muy temprano en la mañana. A las 9:00 de la mañana, ya estaban tres equipos periodísticos asignados a la cobertura de la marcha.
La información que teníamos es que la manifestación, denominada “Somos la voz de los presos políticos”, iniciaría en los alrededores del Mercado de Mayoreo y avanzaría al Mercado Iván Montenegro.
Para esas fechas ya los organizadores habían aprendido a cambiar las horas, rutas y planes de las marchas, porque la dictadura montaba vigilancia en los puntos de reuniones anunciados y mandaba a ocupar los sitios con los “sapos” del sector.
Cada periodista iría con un fotógrafo y la orden cotidiana, y ya de rigor para entonces, es que nadie se expusiera, no se separaran y mantuvieran la comunicación todo el tiempo con el conductor y el editor de turno.
Un equipo transmitiría para las redes sociales, otro alimentaría la web y uno más se encargaría de escribir la noticia para el impreso. Solo uno de los fotógrafos aceptó ponerse un casco de protección y una reportera usó un chaleco de protección.
Salieron aproximadamente a las 10:00 am y se distribuirían así: un equipo iría con la marcha adelante, otro iría en la cola y el tercero tenía la opción de cubrir las periferias, avanzar en los alrededores o retroceder y movilizarse en función de la coordinación que se diera sobre las marchas.
“Zopilotes” por todas partes
La primera alerta de la violencia la dio el fotógrafo de más experiencia: “loco, no jodás, van como tres buses llenos de antimotines y como 20 patrullas a la marcha”.
Las primeras imágenes mostraban a los “zopilotes”, como les decían a esbirros de la Dirección de Operaciones Especiales Policiales (DOEP), ocupando calles, avenidas y plazas cercanas a la zona donde iniciaría la marcha.
Casi de inmediato, el segundo equipo de periodistas le reporta al editor que en todas las calles cercanas a donde iban a terminar la marcha, por el mercado Iván Montenegro, estaban tomadas por los “sapos”, con banderas rojinegras, pancartas, garrotes y piedras.
“Se va a armar”, pensó con preocupación don Negrito y de inmediato recordó el chat de la reportera de la noche anterior.
Ella ya andaba en la calle en otra cobertura y el editor la llamó para saber si había confirmado la noticia.
El gordo Tinoco y las turbas de la CSJ
“Si jefe, allá andan combinados los policías de la Ajax Delgado con los sindicatos de la Corte, armados todos. Van dirigidos por Juan Valle (comisionado sandinista) y Tinoco (Carlos Alberto López Tinoco, sindicalista radical y corrupto de la CSJ”.
Años después, a uno lo sancionarían por violaciones de derechos humanos y le darían de baja sin pena ni gloria, y al otro, al sindicalista obeso y radical, lo destituirían y humillarían de su cargo de poder en el Poder Judicial.
Los organizadores de la marcha orientaron a la dirigencia cambiar la ruta del Mayoreo hacia los barrios cercanos a la Carretera Norte y avanzar por las calles adyacentes a la ruta original y no sobre las avenidas principales.
Así comenzó la marcha: como siempre, pequeños grupos salían de algunos barrios, otros llegaban en vehículos particulares o buses públicos, otros en motos y de pronto, una mancha de unas 100 personas ya estaba a unos 300 metros de la zona de inicio y en cosa de minutos, ya el grupo eran 200 o 300 personas con banderas, pancartas y vuvuzelas.
Marcha pese a todo, pero…
“La policía nos espera por un lado, nosotros le salimos por otro”, dijo uno de los dirigentes de la protesta, con quien estaba el editor en contacto para ir orientando a los equipos en el terreno.
En cada barrio que pasaba la marcha, se sumaban más personas y más grande se hacía la protesta.
Las imágenes enviadas por los reporteros a la redacción del diario evidenciaban que, pese al despliegue policial amenazante, la ciudadanía desafiante estaba otra vez en las calles, exigiendo la libertad de los presos políticos, unos 200 por entonces, secuestrados, torturados y condenados en las mazmorras de la dictadura.
Sin embargo, la tensión estaba en el ambiente desde antes de iniciar la marcha. La policía, que recorría furiosa las calles aledañas, disparaba gases y perdigones contra los grupos de personas que se encontraban en ruta a la marcha.
Disparaban sin asco contra mujeres, jóvenes, adultos mayores y hasta niños.
A una mujer, que marchaba sola con su bandera, un guardia la quiso detener y ella lo ignoró y corrió hacia donde iba el grueso de la marcha y el gorila la siguió y la derribó a puñetazos.
... Rostros ensangrentados y luego la muerte
“Así caminaban los cobardes, como envenados de ver a la gente con sus banderas y camisas azul y blanco”, recuerda uno de aquellos reporteros citados para esta crónica.
El rostro de la mujer bañado en sangre, si bien era estremecedor, pronto quedaría relegado ante el horror que se vendría en pocas horas.
En cierto punto de la marcha, ya cuando la manifestación era de miles y cuadras tras cuadras de un mar azul y blanco, patrullas y vehículos civiles sin placas que trasladaban a los paramilitares, policías de civil y sindicalistas de la CSJ, avanzaron varias cuadras sobre la ruta de la marcha y bloquearon la ruta cruzando sus vehículos sobre la pista.
Se pusieron pasamontañas, sacaron morteros, pistolas y fusiles y AK y esperaron que la marcha avanzara. A menos de doscientos metros de distancia, empezaron a disparar contra la marcha. Otra vez acribillando al pueblo.
Primero lanzaron una lluvia de piedras contra la multitud, pero la gente siguió. Las imágenes mostraban a los “zopilotes” lanzando piedras y objetos junto a pandilleros y paramilitares azuzadores.
La marcha siguió, pero desde la retaguardia, la policía de la dictadura empezó a disparar bombas de gases, perdigones y balazos y la multitud corrió hacia el frente de la marcha; cerca del barrio Las Américas II estaba la emboscada preparada con Aks y pistolas.
Sonaron las primeras ráfagas de Aks, junto a morteros a granel y disparos de pistolas. “Aquel gordo que dispara desde detrás de la camioneta es Tinoco (le dice al editor uno de los reporteros a través de una imagen y un mensaje)”.
Aquí ya la multitud entró en pánico y no era para menos. Los balazos sonaban y silbaban aterradoramente encima de las cabezas de la gente que se tiró sobre el asfalto caliente del mediodía.
Otro montón corrió con sus heridos, se refugió en la iglesia Nuestra Señora de Las Américas; toda la marcha se dispersó, se refugiaron en casas que les abrían las puertas.
Piedras y chibolas contra AK y pistolas
Algunos chavalos osados, con huleras, morteros y piedras, se enfrentaban a las fuerzas combinadas de policías, fanáticos y paramilitares armados. Recogían las bombas lacrimógenas y las devolvían o lanzaban piedras y canicas de vidrios con huleras. Del otro lado, del lado del terror sandinista, respondían con balas y gritos fanatizados: “Viva Daniel, vida el Frente”.
A la redacción llega una imagen lastimosa: el periodista Winston Potosme sale con la ropa bañada en sangre. Una bala le pegó en el brazo.
Otro periodista, de agencia, luce desorientado y aterrorizado en una imagen mientras a su alrededor hay gente cubriéndose detrás de postes o tirados en el pavimento.
De pronto empiezan a llegar los videos y fotos del horror: el cuerpo flojo de un muchacho delgadito bañado en sangre, mientras socorristas de la Cruz Roja trataban de reanimarlo.
Sandinistas mataron a un estudiante
El editor no tuvo dudas en lo que veía: “ese niño está muerto. Lo mataron”.
En efecto. Se llamaba Matt Andrés Romero y un humilde estudiante de 16 de años.
Cursaba el cuarto año de secundaria en el instituto Rubén Darío y habitaba en el barrio Omar Torrijos, contiguo a La Reynaga. Tenía un balazo de AK en el pecho, un poco a la derecha del corazón.
Cayó inerte entre la estampida de la multitud que corría horrorizada tratando de escapar de la cortina de balazos de los policías y paracos. Cargaba una botella de agua, una pañoleta azul y una bandera nacional de Nicaragua.
Fueron, aproximadamente, cuatro horas de tensión que finalmente concluyeron en una masacre más de la policía, por órdenes directas de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Un muerto más a su larga lista de crímenes desde el 18 de abril.
Luego que la dictadura diseminara la marcha a punta de balazos, las patrullas de “zopilotes” recorrían las calles capturando a los marchistas que volvían a sus hogares. Hubo decenas de detenidos ese día y a muchos más los apalearon en las calles.
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La agenda no terminó a esa hora. Los reporteros, cansados, agobiados y espantados, regresaron a la redacción a descargar el material y alimentar la web, las redes sociales y preparar la edición impresa del día siguiente.
Por la noche, a unos de los periodistas le dieron la dirección de la casa donde estaban velando al muchacho asesinado. El editor preguntó por algún voluntario.
Ninguno de los reporteros quiso arriesgarse a ir. La versión indicaba que policías de civil, paramilitares sandinistas y “sapos” de la zona estaban asediando a quienes llegaran a la vela de Matt.
El jefe de fotografía aceptó ir a ver si lograba imágenes, pero con la condición de devolverse si no miraba seguridad en la zona y que el conductor no lo dejara solo.
En la casa, sencilla como la mayoría de las víctimas de la represión, había dos ataúdes. En uno estaba el cuerpo del muchacho, vestido con su camisa blanca de escuela y una bandera de Nicaragua sobre el féretro.
El otro cajón estaba vacío. Lo habían donado los sandinistas junto a una corona de flores y la familia, quebrada por el dolor, lo rechazó sin atreverse a regresarlo. No querían más conflicto, ni exponer a más riesgo a la familia y por ello le pidieron al fotógrafo que se marchara del velorio.
Propagandistas sandinistas celebraron el asesinato de Matt
La jornada terminó con un recuento de un estudiante asesinado, siete heridos de bala, decenas de detenidos y los sandinistas celebrando en redes sociales “un golpe más contra el golpismo”, a como lo dijo entonces en sus redes José Miguel Fonseca, el perruno jefe de prensa del Canal 4 de la familia Ortega-Murillo.
Aquella noche don Negrito tituló “Ortega provoca otro baño de sangre” y cerró la edición aproximadamente a las 11 de la noche.
Al día siguiente la policía del régimen, con una de esas infames notas de prensa que solían escribir para torcer la realidad, dijo que el asesinato del muchacho ocurrió “en un fuego cruzado” entre los manifestantes que “habían atacados a las familias” y las “familias” que se defendían.
“Se está realizando la investigación para determinar quiénes son los responsables de convocar a esta marcha violenta y terrorista, así como los autores de estos actos criminales que responden a una fallida estrategia golpista”, afirmó la policía en un comunicado.
Según los uniformados de la dictadura, durante la marcha algunos de los manifestantes “atacaron a familias y sus viviendas con armas de fuego, morteros y piedras… quienes defendieron su vida y sus hogares”.
Y esto hizo que resultaran lesionados “… y Matt Andrés Romero, este último como consecuencia del fuego cruzado que ellos mismos provocaron, falleció posteriormente”.
Policía prohíbe las marchas, pero nacen otras propuestas
El estudiante Matt Romero fue el último de los 29 menores de edad asesinados por policías y paramilitares entre el 19 de abril y el 30 de septiembre del 2018, según las cifras de la Coordinadora Nicaragüense de ONG que Trabajan con la Niñez y la Adolescencia (Codeni).
Cuatro días después, el 28 de septiembre de 2018, ante el anuncio de una nueva marcha que llamaba a la rebeldía, el jefe de los esbirros policiales, un prepotente que años más tarde sería señalado de torturador de reos políticos, comisionado Jaime Antonio Vanegas Vegas, anunció que las marchas quedaban prohibidas bajo pena de persecución penal a quienes promovieran u organizaran.
“La Policía Nacional reitera que ante cualquier alteración y/o amenaza a la tranquilidad, el trabajo, la vida, y a los derechos de las personas, familias y comunidades, serán responsables y responderán ante la justicia, las personas y organismos que convocan a estos desplazamientos ilegales desde los cuales se han promovido y se intenta promover acciones delictivas, destructivas y criminales”, leyó.