Managua, Nicaragua, 21 de diciembre de 2020.- El bunker, es el nombre que yo, una vecina de la familia Ortega Murillo le asignó a la casa de residencia más custodiada de Nicaragua, conocida históricamente como la Secretaría General del Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN, ubicada al costado oeste del parque El Carmen en el reparto del mismo nombre de la ciudad de Managua.
Por Carter y Abigaíl Hernández
Tengo 34 años de edad y desde que tengo uso de razón, mi familia ha habitado en el barrio William Díaz Romero conocido antes de 1981 como el barrio La Veloz.
Cuando el FSLN asumió el poder a mediados de 1979, sus autoridades dispusieron, dentro de una serie de medidas arbitrarias e inconsultas a la ciudadanía, cambiar el nombre de muchas calles, barrios, estadios, hospitales y parques del país; entonces el barrio La Veloz, pasó a llamarse William Díaz Romero en memoria de un joven militante del partido sandinista asesinado el 27 de Junio de 1979 por la guardia somocista, el joven sólo tenía 23 años relataba Orlando García uno de los fundadores del barrio.
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Mi “hoy secuestrado” barrio se ubica en el distrito II de Managua al igual que el reparto El Carmen del que sólo nos divide una calle vehicular, siempre fue una zona de tránsito reconocida por los lugares que lo circundan y que son referencia en el imaginario colectivo de distintas generaciones de managuas: la 27 de Mayo, el Bien Bien, el Cine Dorado, el famoso y camuflado night club Gallo Pinto, el Pinolero, el antiguo estadio de béisbol Denis Martínez o la Central Sandinista de Trabajadores (CST), que para los más jóvenes, es el lugar de culto al mambo, bolero y cha cha chá de un alegre y colorido segmento de jubilados que se reúnen a bailar semanalmente para no dejarse morir.
Para mis vecinos esta siempre fue una zona tranquila, hasta 1979 cuando unos vecinos inesperados decidieron dejar las habitaciones del hotel Camino Real para mudarse a la casa de Jaime Morales Carazo, “confiscada junto a 8 lotes de su propiedad” bajo el Decreto número 3, promulgado el 20 de julio de 1979 por la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional (JGRN) de la que Daniel Ortega Saavedra era miembro.
Un decreto que textualmente establecía en su artículo 1 que “las facultades conferidas al Procurador General de Justicia en el Decreto No. 3, dictado por esta Junta de Gobierno el 20 de julio del corriente año, comprenderán también las de congelar o intervenir preventivamente cualquier transacción, bien o empresa, de personas allegadas al somocismo, de quienes se haya recibido denuncia o que por informaciones de la misma Procuraduría, considere esta prudente el aseguramiento preventivo de los mismos” aunque según declaraciones de Morales Carazo esto no aplicaba a él y su familia dicho mandato le ahorro a Daniel Ortega y a Rosario Murillo el millón de dólares que costaban estas propiedades si las hubieran tenido que adquirir sin hacer un control de las leyes.
Nadie jamás sospecho, que en un lapso de 40 años esa casa y esos vecinos nos iban a secuestrar como comunidad, permítanme contarles cómo se vive en El Búnker o como le llamo a veces desde la mórbida rabia «en el culo del diablo».
Entre tranques: atrapados y bajo vigilancia se encuentran en el bunker
Desde que los Ortega Murillo se mudaron al barrio, siempre hubo una vigilancia incomoda en unos momentos más que en otros, mi memoria de elefante siempre me trae a la memoria a Daniel Ortega corriendo sin camisa en el campo de béisbol contiguo a su casa también secretaría del FSLN, casa presidencial, casa de protocolo, cancillería y todo lo que se les pueda ocurrir que es. Todo para que Ortega se evite la fatiga de salir.
Este campo que les menciono, es un pequeño cuadro que aunque ahora se mantiene completamente cerrado a la comunidad, durante buena parte de los años 90 estuvo abierto a los chavalos del barrio para que jugaran béisbol por órdenes de Daniel “el Comandante” como una vez escuché, ahora lo han cerrado por completo como muchas de las calles que unen cada uno de los barrios.
Durante las décadas de los 80 y 90 creo que Daniel Ortega no tenía tan alterado su síndrome de “delirio de persecución” pues nunca instaló retenes de seguridad o loas famosos “tranques del Carmen” como se les conoce ahora. Los tranques fueron ubicados en 2007 cuando llegó nuevamente al poder presidencial con tan solo el 38% de los votos nicaragüenses.
Algo paso en su cabeza una noche porque una mañana despertamos viendo a varios oficiales de la policía instalando vallas metálicas para evitar el libre paso vehicular, en ese momento, la mayoría de los que habitamos en el sector toleró esta imposición ingenuamente porque él era el nuevo presidente y posiblemente necesitaba seguridad, Una seguridad que lo hizo acordonar todo el Carmen con decenas de familias dentro.
Paulatinamente, pasar por el sector del Carmen se volvió engorroso durante el día pero insufrible por la noches, después de las 6 de la tarde intentar entrar a la zona del parque El Carmen es imposible a menos que seas una visita de la casa.
Hace 12 años eran “retenes de seguridad” compuestas con vallas metálicas custodiadas de policías a excepción de su casa que además es custodiada por miembros del ejército de Nicaragua.
Luego del 18 de abril de 2018, los retenes se convirtieron en “odiosos tranques” que se fueron apertrechando día con día hasta someternos a vivir en una cárcel residencial, en cada tranque hay de tres a cuatro vallas metálicas, frente a ellas, grandes cadenas metálicas sosteniendo una especie de Jacks gigante de hierro, conocidos popularmente como miguelones, detrás de las vallas se encuentran de 2 a 4 columnas de piedras canteras ubicadas a manera de nicho para disparar, pero también sirven como obstáculo vehicular nivel Mario BROS 64.
Además en cada tranque hay de 4 a 6 entre policías y antimotines todos apertrechados con armamento militar de largo alcance, el día a día en este sector inicia entre las 5 y 6 de la mañana cuando los policías andan acompañados de perros entrenados realizan una inspección de seguridad: la policía levanta las tapas de los manjoles mientras los perros olfatean intentando descubrir bombas o cualquier artículo sospechoso.
Cada 6 o 5 horas, se hace un cambio de personal, y entonces vemos desplazarse una fila india de policías y antimotines por las distintas calles internas, subiendo y bajando de camionetas policiales.
En su mayoría estos oficiales de “seguridad” son hombres jóvenes, casi chavalos al igual que las pocas mujeres que he logrado identificar, por historias y acentos que he escuchado al pasar cerca de ellos la mayoría son de distintos departamentos del país, sospecho hacen un uso de un plan telefónico ilimitado porque sus dedos nunca dejan de chatear el aburrimiento.
Esta gente tampoco goza de un buen trato o de alguna consideración por el trabajo realizado, por ejemplo, no tienen un lugar donde ir a comer dignamente ni mucho para comer, muchas veces los he visto almorzar una tortilla con queso en la palma de sus manos.
Los he visto aguantar un sol inclemente, lluvia, pasar frío sin que nadie llegue a pasarles una taza de café para contemplar el estómago, pasar horas seguidas sin posibilidad de sentarse y descansar porque además ellos también son vigilados por motorizados.
En el fondo de mi corazón me dan lástima, sufren mucho maltrato, una vez, tuve que alivianarle los cigarros a un oficial, el pobre chavalo andaba de venta en venta intentando comprarlos con un billete de 500 córdobas, todos les dijeron que no, es la forma de la comunidad de demostrar su rechazo a la cárcel impuesta que vivimos.
Le dí 20 córdobas más 10 pesos que él andaba, ajustamos los 30 para comprar la medio paquete de cigarros, soy sincera él no los quería tomar y se miraba algo avergonzado pero yo lo convencí, pensé que si me echaban presa un día me iba a ver en la televisión y se acordaría de la “muchacha de los cigarros”.
Esto lo he aprendido de mi madre, una mujer sabía antes fiera militante sandinista, su lema “al enemigo hay que tenerlo cerca” así cuando los cipotes vestidos de policía le piden para el café, ella muy cortésmente se los hace y les monta un termo para la noche. Antes discutía con ella, porque siempre que miró a un policía me pregunto si han asesinado a algunas de las personas que murieron por protestar o si serán capaces de quitarle la vida a un inocente.
Así de tortuoso es vivir en “el bunker”, tratar de convivir con el enemigo es difícil pero he aprendido que también puede ser inteligente, el estar callados “bajo perfil” para hacer trabajo de hormiguitas. Una paciencia que a veces no tengo y que mi madre me aconseja.
La vigilancia a la que somos sometidos como comunidad es terrible, no sólo las policía nos vigila antes de abril habían hasta cámaras en las calles, ellos estúpidamente creían que no sabíamos, vigilados día y noche, cuando entramos o salimos, si lo hacemos o no, quién entra y quién sale de nuestros hogares y luego llegan las noches en las que el sonido del arrastre de las pesadas cadenas que cargan a los “yakis de amor” como les digo en homenaje a Rosario Murillo llega para recordarnos que “ya nos encerraron”.
El tiempo confiscado: al toque de queda en el bunker
En un perímetro de 12 manzanas existe un toque de queda, que se incrementa a medida la calle se acerca a la residencia presidencial, después de las 6 de la tarde si sos extraño para los “security” policiales no pasas, tenes que empezar a bordear el perímetro buscando una calle libre que te permita regresar a casa, aunque esto también puede pasar a cualquier hora del día.
Si no vivís en la zona, ni lo pensés ¡no pasarás!, no falta el día que al pasar por uno de los tranques algún oficial te recomiende: “mire no venga noche si viene después de las nueve tal vez no la dejan pasar”.
Y así nuestra vida nocturna, la de emergencias, la de estudio, la de trabajo fue confiscada para garantizar la seguridad de los “vecinos más incomodos de Nicaragua”. Sin darnos cuenta, empezamos a correr, a dejar de salir por las noches y a tempranear, más si no te has preocupado por hacer amistad con los “oficiales de la policía” pues si no quieren “no pasas para ningún lado”.
Los vecinos de los Ortega Murillo nos convertimos en los “ya me voy, es tarde y después no sé si me van a dejar entrar al bunker”. Asi vivo yo y la comunidad de esta zona, nunca nos preguntaron si queríamos esta normativa y tampoco nos las explicaron pero la impusieron como si fuera decreto presidencial.
Por eso cuando conozco personas nuevas y me preguntan que a dónde vivo, yo respondo convencida «en el culo del diablo» se ríen hasta que termino la frase “soy vecina de Ortega”, entonces dejan de reírse y me dicen ¡pobre!.
El espacio confiscado: movilidad limitada
Muchas personas me preguntan cómo se vive en este lugar, para ser franca, en estos momentos soy la persona más insociable en el barrio, entro y salgo. Sin embargo desde pequeña, caminando o en bicicleta me movilizaba entre un enjambre de calles que me conducían entre residencial Bolonia, la avenida Bolívar, colonia Mántica, Las Palmas, el Javier Cuadra, Altagracia y el William Díaz, siete barrios a mi disposición para desplazarme libremente.
Eran otros tiempos, hoy ya no lo hago, por dos motivos, el primero es que al estar dentro del perímetro de seguridad de la también casa presidencial Ortega Murillo, la policía limita las zonas de tránsito.
Cierran calles sin avisar, aparecen vallas de seguridad inesperadamente, retenes caprichosos, y más de 100 policías y antimotines amenazantes cuadra a cuadra en un perímetro de 20 manzanas.
El segundo motivo y el más importante es que tengo miedo, dada su uniformada y cuestionada guardia de seguridad estatal pienso que caminar como antes por las calles de mi barrio puede ser peligroso, lo pienso así desde 2012 cuando una niña de 12 años fue violada masivamente por oficiales de la Policía Nacional a cargo de la “seguridad” del perímetro”.
Cómo yo otras mujeres se reprimen sobre todo a no andar solas en el barrio después de caer la tarde, cuando se vuelve desierto y solitario porque ya no es de nadie lo han convertido en el corazón de Chayolandia.
Expropiación comunitaria: los recuerdos confiscados que tiene el bunker
He vivido aquí toda mi vida por eso puedo decir que conozco muy bien el antes y el después de lo que era mi barrio y el Carmen hasta el momento de convertirse en el “Bunker”.
El sitio que más me encanta o me encantaba no sé al final del día, es o era el parque el Carmen, ubicado frente a la casa de los Ortega Murillo, siempre tuvo una vigilancia mínima y discreta, sin embargo, desde 2007 cuando Ortega dejó de gobernar desde abajo como él mismo amenazó en 1990, para gobernar a sus anchas desde arriba, los lados y por en medio, hacer uso de éste se hizo imposible.
Varias veces he intentado ingresar al parque en bicicleta pero no se puede, policías y antimotines te niegan el acceso por más que expliques que también vivís en la zona, que sos del barrio, que tu casa queda a unas cuadras todo lo que digas no tiene validez alguna, el parque es prácticamente de los Ortega Murillo, protegido y custodiado para su seguridad, la de sus hijos, nueras y nietos 24 horas al día, 365 días del año.
Lo que estos oficiales de la Policía Nacional pagados con mis impuestos, los de mi familia y vecinos no entienden es que yo aprendí a andar en bicicleta en ese parque, allí celebraba mis cumpleaños con mis amigos de colegio, allí me besé con mis enamorados, allí me hacía la idea de trotar para ser una cuchi Barbie, allí combatía el calor del verano, allí quiero volver y no puedo.
Porque sin avisar una déspota familia de nuevos ricos decidió que ya no le pertenece a la comunidad.
Entrando a la inaccesibilidad
Mis amistades de carro que noblemente se atreven a darme un “aventón” siempre me decían en tono de burla que estaba en el lugar más seguro de Nicaragua, ahora me preguntan con seriedad ¿no te da miedo vivir aquí?, ¿cómo le haces para entrar y salir de este lugar?
No me lo tomen a mal pero les contesto entre triste risa “el poder de la oración”.
Perdimos la ruta interurbana 262, el transporte público donde me movilizaba hacia el colegio Madre Divino Pastor en mi época de estudiante, ahora esta ruta dejó de circular a lo interno de los barrios debido a los tranques oficialistas que no se quitan porque según el ideario Ortega Murillo a nadie incomoda, afecta o molesta.
Mi primera escuela fue la Casa Nazareth donde estudié pre escolar y primaria , luego al Colegio Madre del Divino Pastor por Altagracia es ahí donde me tocó irme de vez en cuando en la ruta 262 que pasaba exactamente de la Licoreria Tom 1 cuadra abajo, ahora solo queda el recuerdo, porque en la vuelta que doblaba el bus , hay un tranque, con retenedores de velocidad . piedras canteras y los miguelitos versión «los yakis del amor».
Los buses de la 262 sólo están en nuestros recuerdos, después que estallaron los acontecimientos en Abril nada está igual en los barrios y residencias de El Carmen como el barrio de Altagracia, William Díaz y Bolonia.
A los que no tenemos vehículo propio los Ortega Murillo nos han aislado, por ejemplo, tomar un taxi para salir de nuestras casas es una travesía porque estamos obligados a caminar hasta salir del “incontrolable e indefinido perímetro de seguridad” que aparece y desaparece al antojo de “yo no sé quién”; al salir a las calles principales somos de vida acceso a buses y taxis pero regresar siempre se complica según los horarios, los choferes de taxi te dan dos opciones cóbrarte más o decirte:
¡No señorita! es complicado, entrar allí es bien fregado, es andar dando vueltas para buscar por donde pasar porque uno nunca sabe cómo van a poner esos tranques.
Y entonces una súplica lléveme y me deja en la calle principal del canal 2, del Pollo Estrella o por el Pinolero, y entonces te dicen “¿Seguro que me van a dejar entrar? Mire que esa gente es mala a mí no me gusta entrar allí”
En mi caso y el de otros vecinos es mejor que te dejen a una cuadra de cualquiera de los tranques de “seguridad” para luego entrar caminando unas dos, tres, cuatro o cinco calles para regresar a tu casa; antes recuerdo que le podía decir al chofer del taxi que entrara y que me dejara a media cuadra ¡que belleza! eran otros tiempos.
Así es, que las calles del William Díaz y Bolonia se convirtieron en el espacio privilegiado de las camionetas de los Ortega Murillo para quienes los tranques se abren a cualquier hora del día y la noche dentro su pequeño feudo personal.
Protestar: otro derecho ciudadano confiscado
Los tranques “oficiales” se extendieron en perímetro el 21 de Abril del 2018, un día después del asesinato Álvaro Conrado, un adolescente de 15 años de edad asesinado en los predios de la Universidad de Ingeniería, UNI, de un disparo en la garganta mientras intentaba llevar agua los y las universidades que protestaban mientras antimotines y policías les disparaban.
Quiero decirles que esa misma noche los pobladores del William Díaz salieron de sus casas a las 8 de la noche y con cazuelas en las manos sonaban su descontento e indignación para que el asesino vecino los escuchara.
Lo recuerdo muy bien como si fuera ayer, porque el 20 de Abril de 2018, yo sobreviví a los disparos de los francotiradores quienes desde el nuevo Estadio Nacional de béisbol Dennis Martínez flanqueaban a los y las universitarias y al dispararles caían al suelo, yo pude haber sido Álvaro Conrado.
Logré salir y al llegar a mi barrio desde la calle principal de Canal 2, escuchaba y veía a la gente haciendo un cacerolazo.
Nunca me imaginé que sería la última vez que lo vería, que saldríamos a protestar desde nuestro espacio pero esa noche lo perdíamos, ese “cacerolazo” era la despedida de nuestra libertad… a la mañana siguiente nos trancaron.
No fuí a todas las marchas pero sí pasé una semana en las calles, desde el 23 al 29 de abril de 2018, salía a marchar, a hacer plantones, pintar postes, salía del “bunker” sola a la buena de Dios, pensando que allí mismo me podían detener, regresando en un taxi que se atreviera a llevarme o con cualquier amigo valiente que entre risas quería ingresar al “bunker” como señal de irreverencia al poder, entrar al “culo del diablo” después de protestar en su contra.
En Mayo de 2019, el Movimiento 18 de Abril me invitó a ser parte del movimiento, iban a dar su primera conferencia de prensa dije sí a la loca, pero después me puse a pensar bien y entendí que yo no vivía en un lugar cualquiera que soy la vecina del asesino y que era un riesgo para ellos, para mi familia y para mis amistades entonces yo ya no pude hacer uso de mi derecho a protestar y a organizarme para hacerlo.
Nuestro dolor confiscado: también nos han arrebatado a nuestros amigos
En mis actividades de protesta bajo perfil, tuve como aliado a mi gran amigo Yasser Morazán, un chavalo bueno, valiente, claro en sus ideales democráticos, él se rifo tres veces para irme a dejar a mi casa aun y cuando ya habían puesto los tranques oficiales del “Vecino”, nunca dejó a nadie atrás ni a la deriva después que hacíamos los plantones, me iba a dejar a mi casa no sólo a mí también cargaba con 5 activistas más.
¡Gracias Yaser por ser un buen amigo! Te extraño, Yaser Morazán fue forzado al exilio, una odiosa campaña de desprestigio en su contra que involucraba amenazas de muerte no sólo a él a sus hermanos también; lo buscaron y al no encontrarlo encarcelaron a su padre por meses.
Yasser tuvo que alzar su voz a la distancia, salió del país en la clandestinidad, pasó un tiempo sin saber de él hasta que apareció en Costa Rica, al darme cuenta de que perdía a mis amigos y amigas, en el Bunker mi voz también se calló y tuve que llorar y maldecir quedito, no pude gritar el dolor y la rabia de perder a mis amigos, poner una bandera azul y blanco para recordarlos, sonar una cazuela para gritar mi dolor, Ortega y Murillo me quitaron esa oportunidad y no fui la única en el sector.
Recordando a Yasser, me acordé que una vez creí en que estos tranques no iban a estar mucho tiempo pero así pensaba de las primeras vallas y así llevamos 12 años acordonados.
Casi estigmatizados: no somos íntimos de Channel con los Ortega Murillo.
El que vivamos cerca de El Carmen no quiere decir que somos «íntimas de channel» de estos masacradores del pueblo. Aquí también hay oposición aunque estemos en una celda prismática.
Yo he sido una activista desde las redes sociales, validando información, difundiendo información, mi cuarto es mi bunker de insurrección y desde aquí protesto con un celular y una computadora, sin embargo, también he leído en las redes sociales a gente que escribe que “van a ir a quemar a El Carmen”, “que le van poner una bomba” “que hay que marchar hasta aquí y un sin número de locuras.
Las leo y me duele porque pienso que los que dicen esas cosas deben de suponer que estamos apoyando a Daniel Ortega y Rosario Murillo y no es así, aquí no vivimos con ellos nos tienen secuestrados para cohabitar con su mafia.
Y si preguntan ¿por qué nos hemos quedado? Voy a hablar por mí y algunos de mis vecinos, no nos vamos porque seguimos en resistencia porque no les vamos a dar el gusto de robarse toda la comunidad.
No me voy, me quedo luchando por mi barrio, nuestros recuerdos, nuestras calles, nuestro tiempo, nuestro parque, el parque en el que quiero soltar globos para las y los chavalos, campesinos y trabajadores que fueron asesinados y torturados, globos para todos los y las exiliadas para avisarles que pueden regresar a su tierra porque ya es libre, voy a lanzar un globo para Yasser que nunca tuvo miedo de entrar al bunker porque aquí tenía a una amiga de lucha.
Una que me indican que ya anda en una lista sandinista que me identifica como “golpista y opositora” y me he puesto a pensar que si me mataran o me secuestraran, hoy cosas tan comunes en Nicaragua… yo estoy preparada para que me den un balazo, les digo ¡aquí estoy! Si estoy en lista es porque saben dónde vivo y círculo. La muerte es volátil pero la lucha se mantiene.
Porque ¡NO PUDIERON, NI PODRÁN! detenernos para salir y entrar en nuestro espacio, porque aunque no quieran nos tienen que abrir los tranques, los tranques que hoy cercan el barrio en el que creció Gabriel Serra el primer nicaragüense nominado a un premio Oscar, que podría ser la perfecta antítesis de los Ortega Murillo porque no necesito robar, confiscar, asesinar ni secuestrar a nadie para sentirse importante.